lunes, 27 de agosto de 2007

El eco del soliloquio

Con una moneda en la mano creía poder comprar el mundo entero: un avión, una fábrica de chocolates, el helado más grande del mundo o un gran parque de diversiones. Pero de a poco, con el tiempo, todo fue creciendo a mi alrededor y yo, aún como un niño, con la misma moneda en la mano, intentaba convenserme que con ella me bastaba para todo, para vivir, para soñar y morir en paz. Como sabía que eso no era así, una tarde de sol decidí plantar la brillante moneda en el jardín, con la esperanza de que tarde o temprano naciera un árbol lleno de riquezas que me permitiera tener todo lo que quería y habia soñado desde siempre. Y así desperdicié decisivos años de mi juventud esperando poder algún día cosechar de aquel hermoso árbol los codiciados frutos que imaginé. Finalmente opté por desenterrar aquella moneda y resignarme a comprar lo que fuese que me alcanzara con ella; pero más tarde que temprano supe que esa moneda había quedado en el pasado y que hoy ya no tenía valor alguno. Miré a mi alrrededor con decepción y lloré con amargura el tiempo perdido. Tenía pena de haber crecido tarde y haber quedado atrás en la carrera de la vida, perdiendo amigos y amores por una estúpida esperanza. Pero ahora sabía que debia luchar con más fuerzas por algo consistente y lejos de la fantasía, por lo que guardé cuidadosamente la moneda en mi bolsillo para asi crear mi verdadero futuro: cuando fuese viejo, vendería la moneda como una antigüedad muy codiciada a un precio muy elevado y así tener, por fin, mucho dinero para viajar y hacer realidad todos mis anhelos.